10 may 2010

SEXO Y LA GUERRA

La semana pasada encontramos indicios que se remontaban al Marqués de Sade, como el inspirador de algunas ‘medidas de seguridad’ que han proliferado en los últimos meses y años en nuestro país. Ahora, los indicios se confirman, con un informe del Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, que trae datos alarmantes sobre la continuidad del desplazamiento pero que se fija, además, en la violencia sexual.

En 2009 en todo el país, se registraron 25 casos de desplazamiento. Uno de los más recientes se localizó en Ituango (Antioquia). El 22 de junio de 2009 recibieron asistencia humanitaria unas 396 familias. O sea que 1.033 personas debieron abandonar de manera forzada sus hogares por presiones de las FARC. Parece, pues, que la guerra no ha terminado todavía, digan lo que digan.

Aunque el informe del CICR enumera 800 infracciones del Derecho Internacional Humanitario, es decir, violaciones graves cometidas por las guerrillas, la parte que preocupa es que, en esta nueva etapa de la guerra, una de las armas preferidas parecería ser la violencia sexual. Como en los Balcanes y como en África.

El CICR documentó 82 casos de violencia sexual perpetrados en 2009 en todo el país; en 45 de ellos las víctimas fueron menores de edad y adolescentes de ambos sexos, en 31 casos se trató de mujeres y en seis de hombres. Pero ¡ojo! las cifras pueden ser mejores que la realidad. Joelle Kuhn, de la regional de Antioquia, advirtió: “Los casos que se reportan al CICR generalmente son por parte de las víctimas de desplazamiento, porque es más fácil para declarar en un ambiente más tranquilo y fuera de la zona. Pero hay muchas víctimas que están en la región y que no hablan del tema, por miedo a represalias. Por eso, los casos reportados son mucho menos de los que son en la realidad”.

Es muy posible que lo que ahora aparece, estuviera sucediendo de tiempo atrás, como los ‘falsos positivos’ y que no fuera declarado por miedo. Pero también es posible que sea una nueva estrategia que corresponde a la fase de asentamiento oficial del actor armado de turno, en este caso de los paramilitares. Es lo que sugieren las declaraciones de Kuhn cuando los mira como mecanismo de control y presión sobre las comunidades por parte de los paramilitares vencedores.

La prepotencia que respalda la conciencia militar y que nace de la capacidad de aterrorizar mediante la amenaza se traduce en el campo sexual. Del placer en la eliminación física y en la práctica de la tortura se transita a otra modalidad de tortura, la violación sexual. Ese tránsito no solamente descubre el deterioro moral que lleva a desconocer la dignidad humana, sino que pone también en evidencia la degeneración mental que trastoca el placer con la violencia y que termina en el refinamiento brutal del sadismo. El señor de Sade intentaba perfeccionar su revolución verdaderamente revolucionaria, frente a la ingenuidad de la revolución política y social de Robespierre, mediante su liberación de cualquier prejuicio moral. Pero lo que los señores de la guerra están perfeccionando es la degeneración verdaderamente degenerada, y la liberación de cualquier prejuicio humano.

Semejantes desórdenes son tanto más amenazantes ya que se trata de adicciones. Los guerreros se vuelven adictos a la violencia y, ésta, como cualquier adicción, es un comportamiento muy difícil de reformar, si es alguna vez recuperable del todo. Que lo digan los alcohólicos y los demás drogadictos que intentan salir del remolino de su autodestrucción.

Por este motivo, el informe del CICR debería despertar una reacción inmediata y sumamente atenta, como que lanza un reto urgente y al mismo tiempo muy difícil. Desintoxicar las relaciones sociales capturadas por la adicción a la violencia no se logra de la noche a la mañana, porque los resultados del empleo de la violencia hacen impacto en muchos ámbitos fuera de la política y forman parte de una tradición añeja en Colombia. Ni basta con pensar que el problema se resuelve sólo en el campo del conflicto social armado, ya que otros datos señalan su proliferación en ambientes reputados pacíficos, como la familia, los planteles educativos y la calle. Pero hay que comenzar por el sector de mayor urgencia, y el esfuerzo realizado en un ámbito, servirá para descubrir y reforzar las medidas requeridas en los otros. El fondo del problema siempre tiene, al fin y al cabo, esa dimensión común que llamamos la formación y el ejercicio de la conciencia humana que perdemos con tanta facilidad cuando con tanta frecuencia nos animalizamos.

Tamaña deshumanización tornará más difícil aún la construcción de una postguerra que no se avizora todavía, pero que esperamos que llegará si el despertar de la conciencia social sigue su desarrollo en Colombia como parecen presagiarlo algunos hechos recientes de la justicia y de la política. El enfrentamiento decidido de algunos jueces con la parapolítica y sus métodos clandestinos frecuentados por ‘los de arriba’, parecería querer desmentir la tozuda realidad nuestra de que la “justicia es para los de ruana”. De manera análoga, el que se hayan comenzado a valorar las propuestas de la honestidad y de la legalidad es esperanzador. Y si las elecciones alcanzaran algún día su meta de ser la sanción de los ladrones y de los corruptos, podría llegar a pensarse que es el comienzo de una nueva era en la que el vanamente coreado “Cesó la horrible noche” de nuestro himno nacional, se vuelva por vez primera realidad y alboree “la libertad sublime” para todos aquellos esclavos que hoy conforman esa multitud errante de empobrecidos por el despojo violento.

Es un camino largo y empinado, como suele ser el de la tierra prometida. Pero no cabe duda de que vale la pena empezar a recorrerlo y hacer camino al andar.


Alejandro Angulo Novoa, S. J.
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