10 nov 2009

Al conocer y oír con alguna frecuencia noticias dolorosas de secuestro de tantos hermanos entre ellos niños, creo que ninguna persona puede dejar de sentirlo, de repudiarlo; se experimenta dolor en el corazón.
Desafortunadamente crecen cada día los hechos de muerte; nuestro país sigue enfermo, padece enfermedades que parecieran incurables; además de ser contagiosas y repugnantes, agravan no solo el cuerpo sino el alma, los sentimientos, la misma conciencia de algunas personas, llegando hasta el total desprecio del hermano, de su dignidad, de su familia, de sus derechos.
Oigo a Dios que vuelve a clamar “me duele el dolor de mi pueblo”.
El, en su infinito amor, suscita personas, entidades, servicios que buscan aliviar el sufrimiento y mostrar caminos de Resurrección desde la práctica de la justicia y la solidaridad.
Estas madres y familias afectadas viven la profundidad del abandono, de la impotencia, de la muerte. No existen razones que justifiquen esto, nadie tiene derecho para causarle ningún género de muerte a nadie.
La fortaleza de quienes son víctimas de estos atropellos, su capacidad de resistencia, de búsqueda, de fe, se suman a la gran multitud de personas que a través de la oración suplican a Dios, misericordia y perdón.
Así se van abriendo caminos de Resurrección, porque ha triunfado la vida y vuelve la alegría y la paz verdaderas que solo las puede dar Jesús , El experimentó la muerte, El mismo se hizo grano de trigo fecundo y así germino la vida.
Que el dolor de nuestro pueblo no nos deje insensibles; sigamos aumentando eslabones en la cadena de la solidaridad, de la hermandad, de la justicia, así daremos a nuestro país medicinas saludables, crecerá con vigor y disminuirán las sombras de muerte; entonces habrá vida en abundancia para todos.


Sor Hilda Aponte. hc
Comisión Justicia, Solidaridad y Paz

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