10 nov 2009

VECINOS Y ENEMIGOS

Colombianos y venezolanos nos parecemos tanto, que hemos elegido presidentes alevosos, amigos de la pelea y del insulto.
A veces sucede, claro está, pero no es lo común ni lo corriente que al dar un paso más allá de esa línea imaginaria que se llama frontera todo cambie. Que atrás queden los buenos y, en adelante, el reino sea de los malandros. O viceversa. Que la belleza del paisaje desaparezca como por arte de magia y la fealdad se manifieste en el cielo y en la tierra que se tiene a la vista en la siguiente curva. Que la alimentación de los de este lado de la frontera se base en unos productos, mientras que los del otro lado coman totalmente distinto. Como si el suelo no fuera el mismo… o casi el mismo.

Y sucede que la raza en muchos casos es la misma. O por lo menos algunas de las raíces. Porque unos y otros suelen venir del mismo pueblo, o de pueblos hermanos, fundados con pocos días de diferencia. Pueblos que fueron amigos hasta que alguien decidió trazar una línea y dejar un pueblo a la derecha y el otro a la izquierda. O fueron amigos hasta que el río aquel en el que se bañaban unos y otros, en el que las comadres de la derecha y las comadres de la izquierda compartían los chismes mientras lavaban ropas similares, en el que los niños jugaban sin restricciones, un día lo convirtieron en muro, como si fuera de piedra y no de agua.

Con frecuencia sucede que a esos pueblos hermanos, que a esos pueblos amigos, los manipulan los que llegan al poder, los enfrentan, los indisponen, y un día terminan creyendo que son enemigos, que nada comparten, que sus intereses se oponen, que no se necesitan.

Triste historia que con frecuencia se repite.

Con seguridad muchos de ustedes han estado en Venezuela, han recorrido esas tierras que tanto se parecen a las de los Llanos colombianos, a las de los Santanderes, a las de La Guajira. Han hablado con sus pobladores —y quizás tengan uno que otro amigo entre ellos— y saben que son gente buena en su mayoría, soñadora y parrandera como nosotros.

Y los industriales y los comerciantes de Colombia saben que tienen allá a los principales compradores, porque no es lo mismo llevar un huevo de Cúcuta a San Cristóbal que pedirlo a Buenos Aires para los que desayunan en Caracas. Y los que producen en Venezuela saben que su primer mercado natural más allá de la frontera es el colombiano. Porque está a la vuelta: porque basta con cruzar esa línea imaginaria o ese río que es de agua.

Lo saben los estudiantes, porque han aprendido en los libros que tenemos una historia común, una historia parecida… el mismo libertador, para no ir más lejos.

Los únicos que parecerían no saberlo son nuestros políticos. Los de este lado de la frontera y los del lado de allá. Pero no es que no lo sepan, es que fingen no saberlo, e inventan peleas y promueven enemistades para distraer las barbaridades que cometen con sus pueblos. Para que a los electores se les olvide por un momento tanta corrupción, tanta desfachatez. Y vuelvan a elegirlos, entre otras razones para apoyarlos en esas guerras frías que inventan, para refrendar el odio que han inventado.

Porque lo cierto es que nos parecemos tanto, que a ambos lados de la frontera hemos elegido presidentes alevosos, amigos de la pelea y del insulto, que manejan a los países que dirigen como si fueran sus fincas. Presidentes que han maltratado las constituciones para atornillarse en sus palacios. Presidentes que cada día adquieren más mañas de dictadores: y que de hecho ya lo son.
Sí, tristemente, también en eso nos parecemos. Y a veces nos creemos el cuento irresponsable que nos han metido de que somos pueblos enemigos.

Por Fernando Quiroz. Tomado de Cambio.com

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